sábado, 26 de enero de 2013

LO AJENO MÍO




“Yo creo en el plagio y con el plagio creo” escribió con risueño y sincero atrevimiento el medico y poeta peruano Luis Hernández. Sin embargo, ha sido una nada grata noticia tener  la creciente  evidencia  de que uno de los escritores más graciosos (es decir: más llenos de  sutileza y humor en su estilo) ha devenido en un arrogante y tramposo impostor. Sucede que varios artículos de opinión suscritos por don Alfredo Bryce Echenique durante meses no eran más que arreglos y maquillajes de otros escritos ya publicados y otros camino a ser publicados. De manera que esos textos han tenido una lectoría superior a la que hubieran obtenido publicadas con el nombre de sus verdaderos autores. Acaso sea ese el descargo no dicho a lo hecho por el autor de “Un mundo para Julius”.

Se suele afirmar entre los amantes de la literatura en el Perú que a Vargas Llosa se le respeta y que a Bryce se le quiere y que a Ribeyro se le respeta y se le quiere. Y es que entre “Conversación en La Catedral” (la mejor novela de Vargas Llosa) y “La palabra del mudo” (la colección de cuentos de Ribeyro) existe un escritor  insular que representa la ternura y desolación de un niño nacido entre los menos son que más tienen: Julius. Después de décadas de literatura quejumbrosa y plañidera (cuyo extremo más patético se llama “Paco Yunque”) la irrupción de Bryce supuso la aparición de un autor cautivante y a la vez de un personaje fuera de lo común.

Hijo de banqueros que en lugar de cuentas prefirió los cuentos -y enseguida voluminosas novelas que, valgan verdades, no son otra cosa que variaciones sucedáneas de su primera y fundamental obra: “Un mundo para Julius”- han contribuido a consagrar el prestigio y el reconocimiento del escritor. Y asimismo el personaje Bryce (convertido en un Julius  de la tercera edad) se ha permitido peculiaridades como responder entrevistas televisivas saturadas de tragos o tartamudear  hasta  el aburrimiento.  Escritor popular y ahora personaje polémico don Alfredo  es un hombre que suele decir que escribe para que lo quieran más sus amigos y sus lectores. Tanto quiere que lo quieran y quiere tan poco a los que lo quieren que hasta lo ajeno puede hacerlo suyo.

Resulta paradójico: un autor de libros voluminosos y divertidos, cargados de intimistas letanías y piadosa ironía despostilla su gloria fatigada por plagiar breves textos de comentarios que, quien sabe, hubiera querido escribir. Y puesto que estaban escritos, y algunos bien escritos, cual padre generoso  no dudó en adoptarlos.


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