Con certeza -aun cuando la mayor parte de la población mundial pueda, a estas alturas del siglo XXI, hacerlo- son más las personas que leen por obligación o resignación que por goce y placer.
Acaso por eso Borges, un hombre que dedicó -según dijo- su existencia a leer más que ha vivir, no exageró al afirmarr que para él los libros constituían una forma de felicidad a la que teníamos derecho los hombres y de igual modo las bibliotecas un reducto paradisíaco al que teníamos libre acceso cualquiera que lo quiera, sin distingo de edad, urgencia o vanidad.
"Yo soy pequeño desde pequeño", escribió alguna vez el gran escritor guatemalteco
Augusto Monterroso para referirse a su estatura física. Lo decía, que duda cabe, con franqueza, gracia y sabiduría Pero lo decía, sobre todo, porque lo que le reagateó la biología lo debía a los libros; es decir, al descubrimiento y deslumbramiento de su uso y trato, en bibliotecas pobres y "tan malas que solo tienen libros buenos”.
Sin duda, de todos los inventos, el del libro, por tratarse tal vez del más humano de todos, guarda una extensión del atributo más humano que poseemos los humanos: pensar, evocar y explicar. Y del órgano más misterioso y complejo que lo procura: el cerebro. Memoria que convierte la existencia en historia.
Con todo, implacable, el tiempo destruye -por igual- libros y usuarios. Con pesar descubro (pues reposan alineados a mis espaldas), que mis libros igual que las mujeres que amé (y me amaron) lucen las huellas ignominiosas del tiempo. Huérfanas de mi mismo -esperando manos imposibles que las amen como las amé yo- conforman mi más bello y soñado harem.
La fascinación que producen los libros suele ser sutil y velidosa. Incluso un hombre tan riguroso, equilibrado y preciso, como el historiador Jorge Basadre no fue extraño a su cotidiano hechizo. No exento de sabia malicia, sostenía el sabio maestro, que no dejaba de ser sorprendente que el simple hecho de abrir una página y otra pudiera prodigar un placer, además de íntimo, no menos intenso que aquel que procuran el contacto de los cuerpos que se quieren y desean.
"Se escribe con palabras no con ideas", sentenció Moliere. Será por eso que siempre habrá -a pesar de los recursos virtuales- más lectores que lean que lectores que escriban. Y por más que los demagogos opongan los hechos a las palabras, siempre será la palabra primero, puesto que toda acción humana (digna de serlo) comienza por ser pensamiento. En buena cuenta: libro. Por eso mismo, aun cuando no forme parte de sus hábitos, padres y docentes celebran tener hijos o alumnos lectores. (Tanto así, que hasta los presos lectores lo serán menos en el Brasil: cuatro días de rebaja de condena por libro leído).
No obstante, al margen del recurso obligatorio de la lectura para estudiar o informarse (o simplemente para matar el rato), cunde la edificante sensación de que leer nos hace deferentes, y hasta diferentes. De manera que el buen trato comienza por la palabra. Hablar para entenderse, o incluso para confrontar.
"Lee y conducirás, no leas y serás conducido", dijo Santa Teresa. Con todo, y contra
todo, leer será para mi gusto siempre algo tan irracionalmente racional y humano como hacer el amor. Por eso, de todas, debo a un pintor; pero ante todo, un magnifico lector (Gody para sus amigos) la más breve y certera justificación para hacerlo:"Leer es lo que más le ayuda a uno a vivir". Y del mismo modo, porque si no sirve para vivir, debo a un escritor (MVLL) saberlo: "Estoy completamente convencido de que una persona que lee bien disfruta muchísimo mejor de la vida".
todo, leer será para mi gusto siempre algo tan irracionalmente racional y humano como hacer el amor. Por eso, de todas, debo a un pintor; pero ante todo, un magnifico lector (Gody para sus amigos) la más breve y certera justificación para hacerlo:"Leer es lo que más le ayuda a uno a vivir". Y del mismo modo, porque si no sirve para vivir, debo a un escritor (MVLL) saberlo: "Estoy completamente convencido de que una persona que lee bien disfruta muchísimo mejor de la vida".
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