jueves, 19 de septiembre de 2013

SEXO Y PLACER / DELIRIOS Y MARTIRIOS


Entreverar cuerpos, en todos los tiempos y en todos los lugares, ha sido la forma de perpetuar y garantizar la continuidad de nuestra especie (y de todas las especies). Mucho antes que la existencia de la idea, y los ritos, del amor aun sin amor los seres humanos hacían el amor. Copulaban para perdurar. Y acaso gozar. 
Al civilizar el instinto sexual las mujeres y hombres comenzaron a amarse y casarse. Pero ante todo, siempre, a cazarse para luego casarse. Sin embargo, no deja de ser paradójico que aun cuando gran parte de la humanidad desconoce, y ni el importe, entender el funcionamiento, y  partes, de sus propios genitales (y, sobre todo, del que está en mira  alcanzar) se haya llegado a un tiempo en el que resulta -nada menos- posible relevar la misión primordial del sexo: la reproducción.
No es para sorprenderse: la inseminación comenzó siendo un logro de la zootecnia que pasó a humanizarse. Y sin duda resulta tan efectivo y practico que una de mis primas angustiada por la tardanza de golpe cobijó en su vientre (a los 44) tres vástagos. Con todo, nunca he olvidado las letras de una canción cubana -que mi prima debió escuchar- en la que una vaca (que protesta contra la inseminación que pone al toro de vacación) clama y reclama: "Yo prefiero a la antigua". 
Por mi parte, habida cuenta que soy padre de una hija y un hijo; siempre he creído que la mayor alegría de tenerlos es el día en que los hacemos (o mejor aún: intentamos una y otra vez). Tanto así que se los decía. Ellos reían por qué, no sin razón, deducían ser hijos del gozo, el retozo y la alegría de vivir. Y yo solo un cuerpo pasajero, entrañable si y no por eso menos extraño. Y finalmente prescindible a sus gozos y retozos.
Y puesto que el saber es también fuente de placer, ninguno más placentero precisamente que compartir unas palabras piadosas y luminosas sobre tan recurrente, escabroso y venturoso menester.



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