(1927-2015) |
Me veo a mi mismo recorriendo el campus de San Marcos o bien haciendo
fila en el comedor de la universidad leyendo "El tambor de hojalata". De
pronto, como llega la felicidad o la fatalidad, llega la noticia a la
sala de mi casa solariega a través de Tv Perú: Gunter Grass ha muerto.
Ha muerto, es verdad. Pero también es mentira: se fue para quedarse.
Es casi seguro prever que nadie, o casi nadie, de mis apreciados contactos sentirá esta muerte ni reparara en estas palabras.
Con todo, sin mis solitarias lecturas
(igual que sin estas palabras) ninguna felicidad, con absoluta certeza,
lo hubiera sido en mi vida.
Pues incluso las mujeres que me amaron -lo pienso y lo digo mientras Lizbet,
mas hermosa que nunca, me mira con ternura- no me quisieron a mi mas de
lo que había en mi. Para empezar, tratar en situaciones comunes y
corrientes con alguien que no dijera cosas comunes ni corrientes era un
motivo de afectuosa curiosidad.
Pero en realidad era un homenaje. Un
homenaje a quienes colmaron la adictiva avidez de mi anodina existencia
latinoamericana de belleza y prestancia.
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