Recuerdo compartido de Toño Cisneros en Libros & Artes N°3. Lima, noviembre 2002.

Jorge Basadre

"El año próximo se cumplirá un siglo del nacimiento de don Jorge Basadre. Amén de ser el gran historiador de la República y un sabio de postín, Basadre fue, ante todo, un hombre bueno. Queda descontada la admiración que tengo por su obra extraordinaria, sin embargo, aquí pretendo brindar un breve testimonio de una cierta amistad. Amistad, como quien dice amistad, es quizás demasiado pomposo. Fue más bien esa relación, que se da a veces, entre un joven poeta metete y deslumbrado y un maestro a todas luces generoso.
Ahorita lo estoy viendo en su casa de la avenida Orrantia charlando de las haciendas que dieron nacimiento a San Isidro, pero, sobre todo, lo veo en esas grandes comilonas que tuvimos en los chifas, entonces todavía fabulosos, de la calle Capón.No sé cómo ni cuando iniciamos el ritual de las comidas chinas, la cosa es que, como quien no quiere la cosa, a comienzos de los años setenta, acompañados de Jorge Santistevan, solíamos deleitarnos en los emporios de viandas cantonesas casi todas las semanas del Señor. Si, por casualidad, olvidaba de pasarle la voz, era don Jorge quien, afanado, solía recordarme nuestra cita gastronómica de honor. No crean que el maestro era de chifitas así nomás. Ni hablar. Nada de sopa wantán y wantán frito. Basadre era un exigente sibarita. Como el resto del grupete, para qué.


No bastaba con que un chifa estuviese de moda para que nos tuviera entre sus comensales. Por el contrario, el espíritu de aventura y exploración fue uno de nuestros mayores placeres por aquellos días. A las finales, recuerdo, recalamos con frecuencia en un local de aspecto anodino en el jirón Paruro, el memorable Pe-kúo, donde se preparaba el mejor pato laqueado, a la manera de Pekín, de toda la ciudad. Era cosa de verlo a don Jorge. Feliz y diminuto, con esos ojos tímidos y brillantes, entusiasta, enrollando en cada tortilla de maíz los pellejos dorados y las carnes, sin olvidar, por cierto, los brotes de cebolleta y la agridulce salsa joy-sin.
De sus conversaciones sólo puedo decir que sin lugar a dudas eran sabias y siempre provechosas. Sin embargo, lo que más guardo de aquellos mediodías bien servidos era su infinita capacidad para tratar, como si nada, los temas cotidianos del fútbol, la política, los libros, la cartelera cinematográfica y, por supuesto, de las maravillas que ocupaban nuestra mesa.
A pesar de ser entonces uno de los grandes intelectuales del Perú, don Jorge no le hacía ascos a ningún tema de leal conversación. Basadre era, como se dice de los hombres del Renacimiento, un personaje a quien ninguno de los temas divinos o profanos le era ajeno. Al fin y al cabo, la historia era para él una pasión viva, más llena de preguntas que de respuestas. Como en la vida real".