Indignado por la reprobación que
provocaba la supuesta contradicción entre sus dones intelectuales y los
goces de su paladar, se dice que Descartes dijo un día: "Cree usted mi
señor que Dios creo estas maravillas solo para el gusto de los
imbéciles".
Con no menos rigor ni acuciosa devoción, tal como lo testimonia el poeta Antonio Cisneros, don Jorge Basadre, el Historiador de la República, mucho antes de la existencia de Mistura, rendía culto de los sabores orientales mas cotizados de Lima.
Con no menos rigor ni acuciosa devoción, tal como lo testimonia el poeta Antonio Cisneros, don Jorge Basadre, el Historiador de la República, mucho antes de la existencia de Mistura, rendía culto de los sabores orientales mas cotizados de Lima.
Recuerdo compartido de Toño Cisneros en Libros & Artes N°3. Lima, noviembre 2002.
"El año próximo se cumplirá un siglo del nacimiento de don Jorge Basadre. Amén de ser el gran historiador de la República y un sabio de postín, Basadre fue, ante todo, un hombre bueno. Queda descontada la admiración que tengo por su obra extraordinaria, sin embargo, aquí pretendo brindar un breve testimonio de una cierta amistad. Amistad, como quien dice amistad, es quizás demasiado pomposo. Fue más bien esa relación, que se da a veces, entre un joven poeta metete y deslumbrado y un maestro a todas luces generoso.
Ahorita lo estoy viendo en su casa de la avenida Orrantia charlando
de las haciendas que dieron nacimiento a San Isidro, pero, sobre todo,
lo veo en esas grandes comilonas que tuvimos en los chifas, entonces
todavía fabulosos, de la calle Capón.No sé cómo ni cuando iniciamos el
ritual de las comidas chinas, la cosa es que, como quien no quiere la
cosa, a comienzos de los años setenta, acompañados de Jorge Santistevan,
solíamos deleitarnos en los emporios de viandas cantonesas casi todas
las semanas del Señor. Si, por casualidad, olvidaba de pasarle la voz,
era don Jorge quien, afanado, solía recordarme nuestra cita gastronómica
de honor. No crean que el maestro era de chifitas así nomás. Ni hablar.
Nada de sopa wantán y wantán frito. Basadre era un exigente sibarita.
Como el resto del grupete, para qué.
No bastaba con que un chifa estuviese de moda para que nos tuviera
entre sus comensales. Por el contrario, el espíritu de aventura y
exploración fue uno de nuestros mayores placeres por aquellos días. A
las finales, recuerdo, recalamos con frecuencia en un local de aspecto
anodino en el jirón Paruro, el memorable Pe-kúo, donde se preparaba el
mejor pato laqueado, a la manera de Pekín, de toda la ciudad. Era cosa
de verlo a don Jorge. Feliz y diminuto, con esos ojos tímidos y
brillantes, entusiasta, enrollando en cada tortilla de maíz los pellejos
dorados y las carnes, sin olvidar, por cierto, los brotes de cebolleta y
la agridulce salsa joy-sin.
De sus conversaciones sólo puedo decir que sin lugar a dudas eran
sabias y siempre provechosas. Sin embargo, lo que más guardo de aquellos
mediodías bien servidos era su infinita capacidad para tratar, como si
nada, los temas cotidianos del fútbol, la política, los libros, la
cartelera cinematográfica y, por supuesto, de las maravillas que
ocupaban nuestra mesa.
A pesar de ser entonces uno de los grandes intelectuales del Perú,
don Jorge no le hacía ascos a ningún tema de leal conversación. Basadre
era, como se dice de los hombres del Renacimiento, un personaje a quien
ninguno de los temas divinos o profanos le era ajeno. Al fin y al cabo,
la historia era para él una pasión viva, más llena de preguntas que de
respuestas. Como en la vida real".
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