Siempre, desde mi remota
juventud, creí que la auténtica modernidad no era cuestión de mudanza
geográfica sino de diálogo cultural. De manera que (habida cuenta que se
asume al idioma como emblema de la modernidad) mas que escuchar
canciones, sin desmerecer, me impresionó leer libros escritos en ingles
en el país donde surgió la Civilización Andina; pero de todos, en
particular dos: "Ulises" y "La tierra baldía", publicadas ambas en
1922.
Escritas por un irlandés que se estableció en París y un norteamericano residente en Londres, James Joyce y Thomas Stearns Eliot, representan las cumbres supremas de la novela y poesía de la cultura anglosajona. Corroborando acaso aquel aserto que asegura que las obras literarias trascienden la intención de sus autores, el propio Eliot esbozó la siguiente conjetura: “Varios críticos me han hecho el honor de interpretar el poema en términos de una crítica al mundo contemporáneo; de hecho lo han considerado como una importante muestra de crítica social. Para mí supuso solo el alivio de una personal y totalmente insignificante queja contra la vida; no es más que un trozo de rítmico lamento”.
Persuadido por aquella certeza, bajo la rumorosa sombra frutal de la solariega casa que habito he vuelto a leer a viva voz y de manera alternada (en ingles y en castellano) la creación poética mas influyente del siglo XX. Y tal vez aun de los pretéritos y venturos.
Escritas por un irlandés que se estableció en París y un norteamericano residente en Londres, James Joyce y Thomas Stearns Eliot, representan las cumbres supremas de la novela y poesía de la cultura anglosajona. Corroborando acaso aquel aserto que asegura que las obras literarias trascienden la intención de sus autores, el propio Eliot esbozó la siguiente conjetura: “Varios críticos me han hecho el honor de interpretar el poema en términos de una crítica al mundo contemporáneo; de hecho lo han considerado como una importante muestra de crítica social. Para mí supuso solo el alivio de una personal y totalmente insignificante queja contra la vida; no es más que un trozo de rítmico lamento”.
Persuadido por aquella certeza, bajo la rumorosa sombra frutal de la solariega casa que habito he vuelto a leer a viva voz y de manera alternada (en ingles y en castellano) la creación poética mas influyente del siglo XX. Y tal vez aun de los pretéritos y venturos.
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