miércoles, 25 de marzo de 2009

LA VOZ AUSENTE




Aun cuando la opulencia de ayer sea la miseria de hoy uno de los rasgos más distintivos del presente sigue siendo la persistencia de variadas y ominosas asimetrías. Pero asimismo, en contraste, nunca como en los tiempos actuales impera un elemento vital de cohesión social y equilibrio social: el poder de decir. El poder de decir no a las injusticias y los abusos provengan de donde provengan. Para lograrlo nada a contribuido tanto como la existencia de la radiodifusión. Pero mucho más que la sofisticación de los aparatos, sin duda, la probidad de los hombres que dignifican la labor de informar.
Sencillo, inteligente pero -ante todo- decente. Álvaro Ugaz Otoya (1968-2009) fue todo eso y mucho más para quienes lo trataron y aun (como es mi caso) para quienes solo lo escucharon. Pero en ese solo reside lo mejor de su legado. Tanto más en una época en el que los desvelos desbocados por el poder, el dinero y la fama envilecen no pocos talentos y virtudes. Sin embargo -vaya paradoja- hace falta partir para mejor quedar. Irse para no más volver para perdurar y, al fin, saber quien fue el que se fue: no solo un gran periodista sino una gran persona.
Grande no tanto por la bonhomía y lucidez que lo condujo a convertirse en el más influyente periodista de su generación. En el líder de una emisora noticiosa que le permitió desplegar y combinar sus mejores cualidades profesionales y humanas que se resumen en dos palabras: escuchar y servir. Atributos que hicieron de él un personaje mediático apreciado y respetado y a la vez un hombre que jamás perdió la gracia de ser también un hombre de la calle. Un ser capaz de convocar gratitudes y halagos ante una persona o ante millones sin dejar de ser el mismo: un hombre genuino y cabal. De esa manera pasó pronto de ser una voz cordial y sagaz a ser una presencia familiar en la radio y en la televisión, pero sobre todo, en la memoria.
Bastaba escucharlo un momento para percatarse que esa voz trascendía al presente. Pues, sin apartarse de la perspectiva de ser quien era, actuó y habló siempre con la convicción de quien no teme hacer y decir cuanto haga menester para unir al diálogo y la tolerancia, el optimismo y la acción. Ahí estriba la diferencia y el misterio de su vida.





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