lunes, 6 de mayo de 2013

KAVAFIS, EL ALEJANDRINO

 
(1863-1933)
Miguel de Cervantes fue, y será siempre, español. Pero, a la postre, lo es, y será, más, no tanto por haber nacido en la Peninsula Iberica como por haber contribuido a forjar los cimientos de una comunidad mucho más verosomil y próxima que la de los territorios: la del idioma. Y puesto que el idioma -en realidad, cualquier idioma- se alimenta de la imaginación de quienes lo usan, nada más grato, entre nosotros, hispanos del Perú, que encontrar una magnifica reseña de Alonso Cuento  dedicada a la vida (pasajera) y obra (perdurable) de un extraordinario poeta. 

Para desconcierto y admiración de sus amigos, Constantino Kavafis tuvo la gracia de morirse el 29 de abril de 1933, día de su cumpleaños. Acababa de cumplir setenta años de una vida secreta, en cuyo silencio escribió algunos de los poemas más memorables de nuestro tiempo.

Heredero de la lengua griega de sus padres, nunca dejó de ser un viajero, de muchos idiomas. Pasó su infancia en Alejandría y luego vivió en Inglaterra; a lo largo de su vida como periodista y funcionario del Estado fue de un país a otro. Desde 1885 se instalaría otra vez en Alejandría, y fue allí donde se dedicó a su obra. No escribió más de ciento cincuenta y cuatro poemas. A lo largo de su vida, no publicó sino dos pequeñas ediciones privadas, con unos cuantos textos. En realidad, él imprimía sus poemas en ediciones caseras, se encargaba de escoger a quienes creía que podían comprenderlos, y se los regalaba. Uno de los artífices de su difusión fue E.M. Forster, el gran autor de “Un pasaje a la India”, quien lo conoció en Alejandría cuando Forster era funcionario de la Cruz Roja. Arnold Toynbee y T.S. Eliot fueron también promotores de sus poemas. Dos años después de su muerte, en 1935, se publicó una antología, que estableció su fama. David Hockney hizo una serie de cuadros basados en sus poemas. También tenemos desde 1996 una película biográfica llamada Kavafis, dirigida por Yannis Smaragdis.

Los versos de Kavafis son concisos, directos y rara vez riman. Según parece, las únicas rimas en su obra tienen un propósito irónico o paródico. Sin apuro por publicar, era capaz de pasarse diez años trabajando en un mismo poema. Los placeres sensuales, la nostalgia, la experiencia homosexual y la belleza del mundo natural son obsesiones permanentes.

Algunos de estos poemas se han convertido en piezas estelares de la memoria de muchos lectores. Los más famosos son sin duda “Esperando a los bárbaros” (título que Coetzee daría a una novela), “Los idus de marzo” y, por supuesto, “Ithaca”. Una de sus estrategias es ubicar a personajes históricos y darles una voz íntima que los acerca a los lectores. “Ithaca”, escrito en segunda persona, representa la voz de Ulises al inicio de la década que le tomaría volver a su ciudad natal. El poema podría ser la carta de cualquier viajero y, en realidad, de cualquier vida concebida como un viaje: “Cuando inicies el viaje a Ithaca / ruega que el camino sea largo / lleno de aventura, lleno de conocimiento”. En el poema de Kavafis, el objetivo no es el destino sino el recorrido. Ese camino en el que el viajero puede ver “mercados fenicios”, “lestrigones”, “cíclopes” y el “salvaje Poseidón” es en realidad su objetivo. No caminamos para llegar a un punto sino por la experiencia del camino mismo. El punto de llegada no es sino el pretexto para una nueva ruta. Al final es mejor “anclar junto a la isla cuando estés viejo, rico con todo lo que has ganado en el camino”.   

Todos sus poemas pueden encontrarse en las ediciones de Visor y de Seix Barral y de un modo abundante en internet donde sus seguidores lo acompañamos todavía, a los ochenta años de su puntual muerte.  

UN ANCIANO
En el lado de adentro del bullicioso café
inclinado sobre la mesa, está sentado un anciano:
con un diario delante, sin compañía.
Y en el desmedro de la aciaga vejez
piensa qué poco gozó los años
en que tenía fuerza, y palabra, y apostura.
Sabe que ha envejecido mucho; lo siente, lo ve.
Y sin embargo el tiempo en que era joven parece
como ayer. Qué breve espacio, qué breve espacio.
Y medita cómo le engañó la Prudencia;
y cómo siempre confió en ella, ¡qué locura!-
la mentirosa que decía: "Mañana. Tienes mucho tiempo".
Recuerda los ímpetus que contenía; y cuánta
alegría sacrificada. Cada ocasión perdida
se burla ahora de su necia prudencia.
...Pero de tanto pensar y recordar
un vértigo le invade. Y se queda dormido
apoyado en la mesa del café.

http://www.paginadepoesia.com.ar/escritos_pdf/cavafis_100.pdf




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