Las guitarras y las mandolinas
llegaron de España. Enseguida, allende los mares, se hicieron también peruanas;
criollas y a la vez andinas. Pero sobre todo, cajatambinas.
En otras partes del Perú arraigó
la guitarra y la mandolina, pero solo en Cajatambo adquirió la enjundia
vibrante y vertiginosa de los fandangos y las bulerías andaluzas.
¿Cómo carajo, me he preguntado
muchas veces, surgió una música tan hermosa en un pueblo tan solo rodeado por
cerros?
Que importa la respuesta, -salvo
aquella de que los hombres son los únicos olmos que dan peras- si ella existe y
persiste: elegante y melodiosa.
Única y admirable, igual que sus
montañas.
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