martes, 23 de julio de 2013

EL DEBER DEL SABER

(1844-1918)
Alonso Rabí, con quien compartí mis años sanmarquinos y no pocos cafés bien conversados por el centro de Lima, rinde homenaje a la distancia (Dakota del Sur, Univerdidad de Colorado) en sus propias palabras, al maestro a cuya palabra y magisterio ético, más allá de cualquier distancia, debe el Perú su espejo más ominoso y luminoso: Manuel Gonzáles Prada. 

"Cuando se abriga una convicción, no se la guarda religiosamente como una joya de familia ni se la envasa herméticamente como un perfume demasiado sutil: se la expone al aire y al Sol, se la deja al libre alcance de todas las inteligencias. Lo humano está, no en poseer religiosamente sus riquezas mentales, sino en sacarlas del cerebro, vestirlas con las alas del lenguaje y arrojarlas por el mundo para que vuelen a introducirse en los  demás cerebros. Si todos los filósofos hubieran filosofado en silencio, la Humanidad no habría salido de la infancia y las sociedades seguirían gateando en el limbo de las supersticiones.
Las verdades adquiridas por el individuo no constituyen su patrimonio: forman parte del caudal humano. Nada nos pertenece, porque de nada somos creadores. Las ideas que más propias se nos figuran, nos vienen del medio intelectual en que respiramos o de la atmósfera artificial que nos formamos con la lectura. Lo que damos a unos, lo hemos tomado de otros: lo que nos parece una ofrenda no pasa de una restitución a los herederos legítimos. Mas, aunque no fuera así, ¿cabe don más valioso que el pensamiento? Al dar el corazón a los seres que nos aman, les pagamos una deuda; al ofrecer el pensamiento a los desconocidos, a los adversarios, a nuestros mismos aborrecedores, imitamos la inagotable liberalidad de la Naturaleza que prodiga sus bienes al santo y al pecador, a la paloma y al gavilán, al cordero y al lobo".

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