Nadie, absolutamente nadie, puede hablar de besar con pesar ni de saber que no sea de paciencia y experiencia. Pues, solo el beso que puede darse hace mas delicioso el beso que se da. Y hasta quien menos se supondría, Francisco I, el santo líder argentino, que a punto estuvo de ser papá en lugar de ser Papa, no lo ignora.
Acaso el encanto supremo del beso se deba ante todo a su maravillosa nulidad. No produce consecuencias reproductivas, aun cuando contribuye a procurarlas. Casi no existe cuando mas existe. Y aun los labios no resultan imprescindibles para darlos. En ocasiones, basta la mirada. La mirada enamorada que se sabe amada. En definitiva, se trata del acto amoroso mas intensamente erótico, y por tanto, más humano de lo humano. Un invento cultural. Un terrestre regalo celestial. Un prodigio, fugaz y eterno.
No es casual que la metáfora que alude al arado que surca la tierra sea la que mejor describe la inspiración y la transpiración del amor y la continuidad de la especie. Más instintiva que erótica la cópula no constituye un invento sino apenas un cimiento. Un cimiento seminal. Una urgente necesidad de perpetuidad contra el desamparo y la soledad.
Y también una prueba, o la apariencia, de que amamos y fuimos amados. Con todo, y a pesar de todo, acaso el mejor homenaje a la ordinariez biológica de la cópula sea decir que en verdad es la continuidad de un beso. Un beso de cuerpo entero.
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