Ana Cecilia es nutricionista. En una oficina contigua a la cocina del hospital donde labora en Huacho me recibe con una amable sonrisa y a la vez me habla de su abuelo. "En tu libro vas a poner la historia del Pari ¿no?", me pregunta. "Claro, el Pari no puede faltar. Sin Pari no hay historia de Cajatambo", respondo.
Acaso para convencerme evoca los recuerdos de don Teobaldo Rosales, su abuelo materno, narrados a sus perplejos nietos y nietas -entre los que se encontraba atenta la pequeña Ana- convertida en la mujer radiante que me dice: "Mi abuelo era arriero. Viajaba desde Huacho hasta Huánuco. Llevaba sal, de ida, y de vuelta, coca".
Del mismo modo que José Gabriel Condorcanqui el abuelo de Ana fue transportista. Para serlo cuando solo existían caminos, se valía de la resistencia de ágiles piaras de llamas, y la fuerza de recuas de burros, mulos y caballos. Durante semanas, que no pocas veces devenían meses, desaparecía de Cajatambo para remontar escarpados y lejanos senderos. Las nubes, las aves y el viento lo acompañaban. Su casa era entonces el camino, y en el camino dormía y comía. Pese a los pesares, no obstante, su peregrinar no difería en absoluto de los avatares que ciernen los caminos en cualquier recodo del mundo donde hubieran caminos que recorrer.
Con todo, algo único distinguía los viajes del abuelo de Ana y de sus paisanos: la comida que les daba fuerza y sabor a sus travesías. Portando a lomo de mula trozos de cuyes a la brasa, talegas de charqui chancado, porciones graneadas de papaseca y abundante cancha tostada al calor de los fogones, en cualquier paraje donde lo alcanzara la hora del
almuerzo Teobaldo detenía la marcha de las acémilas para reiterar el ritual alimenticio aprendido. Lo primero era acarrear un poco de leña para hervir agua. Y mientras el fuego ardía Teobaldo cogía un mate de su alforja y enseguida dentro vertía papaseca, cuye y charqui para mezclarlas con el agua recién hervida y enseguida sorber aquella mezcla cálida y suculenta, que portaba además en su sabor la sazón aromosa y amorosa de Felicita, su mujer."Pero por la altura, precisa Ana, como la comida enfría rápido mi abuelo cogía las piedras que ponía en el fuego y las echaba dentro del mate".
almuerzo Teobaldo detenía la marcha de las acémilas para reiterar el ritual alimenticio aprendido. Lo primero era acarrear un poco de leña para hervir agua. Y mientras el fuego ardía Teobaldo cogía un mate de su alforja y enseguida dentro vertía papaseca, cuye y charqui para mezclarlas con el agua recién hervida y enseguida sorber aquella mezcla cálida y suculenta, que portaba además en su sabor la sazón aromosa y amorosa de Felicita, su mujer."Pero por la altura, precisa Ana, como la comida enfría rápido mi abuelo cogía las piedras que ponía en el fuego y las echaba dentro del mate".
Ciertamente, el abuelo de Ana no inventó el Pari, la comida emblemática de Cajatambo. Tan emblemática que es impropio incluso de llamar plato representativo por que ni siquiera requiere de aquel utensilio, pues sencillamente se sirve en la vajilla más remota de la historia de nuestra gastronomía: en mate. En un mate cortado, lijado y pintado. No existe para las cajatambinas y cajatambinos conmemoración festiva, patronal o familiar, en donde se reúnan para celebrar que no se celebre con un mate de Pari. Pero es durante las fiestas patronales en tributo de Santa María Magadalena (del 24 al 2 de agosto) cuando el Pari cautiva, impera y predomina. Si es verdad que la nostalgia empieza por el estomago en ningún pueblo resulta más evidente que en Cajatambo. Aquel Pari conmemorativo, a diferencia del que servía al abuelo de
Ana para mitigar su hambre de andar, se compone de papaseca graneada, presas de cuye dorado a la brasa, una presa de gallina, un puñado de carne cocida de res en tiras y otro de oveja y otro de charqui (todos deshilachados) que es mezclada con un cucharón de caldo coloreada por una cucharada de aderezo de ají amarillo y cebolla china. Entonces cuando las carnes y el caldo se juntan, dura, contundente y candente ingresa el ingrediente final: una collotita al rojo vivo.
Cada año una cuadrilla de mujeres del pueblo ofician el rito ancestral de preparar mas de un millar de mates de Pari. Son las mujeres contratadas por el Capitán de la Tarde Taurina -oferente principal de la fiesta patronal- que inician su labor rindiendo tributo a los Apus chakchando con fervor y devoción. Chakchando hasta que el dulzor de las hojas de coca les avisa que es hora de comenzar a encender el fogón. No cabe duda que el abuelo de Ana Cecilia no inventó el Pari pero no menos cierto es decir que, mejor que ninguna, su historia contiene y reproduce su historia. La historia del mate y la piedra. Del mate y la piedra que alimenta la historia de un pueblo.
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