Ser animales parlantes -y, en ocasiones, dialogantes- caracteriza el uso de sonidos entre humanos ( y aun entre los que no), pero nada se compara a la voz humana cuando se vuelve canto y encanto. Maravilla suprema para los sentidos. Y la memoria.
Y puesto que lo bueno no es ya de nadie y lo bello deja de tener edad, he aquí un par de muestras que lo demuestran.
Sin piedad.
Sin piedad.
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