jueves, 12 de diciembre de 2013

LA CONQUISTA DEL PLACER

(Cerámica de la cultura Mochica)

Dicen que lo único que quedó del Paraíso son ellas: las mujeres. Dicen también que por ellas alcanzamos mirar la cara de Dios. Dicen que cada orgasmo es una pequeña muerte que ilumina y alimenta la vida. Dicen que no hay mejor homenaje a la vida que hacer el amor con amor.
Pero no basta el amor para encontrar el placer. Tampoco la misión reproductiva suficiente para relevarlo. Y menos ignorarlo. Habida cuenta que -Aristoteles lo decía- el hombre por dos cosas se mueve: por hallar sustentamiento y tener juntamiento con hembra placentera, todo esto que se dice no lo dicen ellas. 
Ellas, las bellas, que transitan por la vida incubando vidas. Ellas que, aun siendo jóvenes, libres e ilustradas, raras veces hablan con sus cuerpos para develar sus misterios y mitigar sus clamores. Ellas, las bellas y deseadas tumbas mustias que caminan dejando huellas sublimes.
Abnegadas madres, venerables abuelas. Hijas. Hijos. Nietas. Nietos. Colmadas de cariño. Huérfanas de placer. "Carita seria, culito alegre", sentencia una creencia anónima harto popular. Con todo, condenados no a morir sino a vivir, no existe peor muerte en vida que aquella desprovista de placer. Y sobre todo, del placer de saber y ver.
Casadas o no. Casados o no. Mujeres y hombres, antes que hijos, merecen tener placer. Experimentar que sus cuerpos vibrantes son la fuente suprema de su paso por el mundo. Y que lograrlo, rompiendo las cadenas que atan sus sentidos, está al alcance de sus manos.
"La gente vive su sexualidad miserablemente", repetía con resignación el cineasta y sexologo Armando Robles Godoy. Agolpadas a la entrada de los centros preescolares,  ellas: las paridoras, exhibiendo y luciendo posturas y prendas vulgares y ordinarias, mas que pobreza en verdad exponen su inexorable miseria. La implacable desnudez de sus más íntimas intimidades. El más lúgubre crujir sobre vivir.




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