Lascamayo |
Amigos y familiares, que no pasan de unas cuantas decenas (pues el resto es selva), cifrados y nombrados en bolsos y bolsillos. Modernidad, ciudad, desierto público. Tiempo sonoro, silencio ausente.
Las estadísticas demográficas tampoco cuentan. Ni siquiera sirven de consuelo. Solo revelan. Lo cierto es que toda mujer y todo hombre existe, a pesar de ellas, por poblar memorias y corazones. Pues, vivo o muerto, para el resto, igual da: manan canchu. No existen.
Por tanto, el mundo no solo es cada vez más ancho y ajeno, sino cada vez más vasto y pequeño.
Enano de humanidad.
En ese contexto, mi amigo más lejano, en uso y costumbre (que no requiere portar un celular ni mostrarse a través de la red) al pié de los cerros que rodean su desolada morada en Lascamayo me aseguran ha dedicado unas emotivas lágrimas al saber que dos operaciones me han confinado a la paciencia y a la espera.
Por si fuera poco -dice mi hermano- no conforme expresar su pesar me envía además un billetito.
Todo junto, y justo, en el día de la amistad (que él, por cierto, ignora exista).
Conmovido, aunque quisiera decirlo de otra manera, siento que solo puedo y debo decir: Gracias Cupi, gracias hermano,
gracias por hacer menos ciego y sordo este mundo tumultuoso y ruidoso.
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