En acción, dirigiendo a la tropa en Tarapaca |
Se ha dicho, y se repite, que para perdurar glorificado después de
la Guerra con Chile al general Andres Avelino Caceres, a pesar de su
valor y por eso mismo, le falto una cosa: morir. Sucumbir por la patria
diezmada y desangrada.
Sin embargo, Caceres no solo se sobrepuso a la derrota sino hasta la
sobrevivió para contarla. Y a la postre esa fue su victoria: ser el
mariscal de los mariscales del Perú.
General de ejercito. Tayta de comuneros armados. "Seras un buen
guerrero", le profetizo Castilla, el general-presidente (como lo seria
el mismo).
Por Cajatambo paso Caceres en 1882 y tal como lo relata su secretario,
el abuelo de mi abuelo, José del Carmen Reyes Gutierrez, se le unió para
hacerle entrega, en su condición de subprefecto, del acopio de víveres y
recursos reunidos para asistir a las huestes del guerrero indomable.
Pues como el mismo lo precisara con meridiana claridad y gratitud
absoluta: "La campaña de La Breña, es, la página más honrosa de mi
vida militar. No vacilo en proclamarlo yo mismo. Me enorgullezco de
ella. Tengo muy presentes y me acompañarán hasta la tumba, todos los
entusiasmos, todas las satisfacciones, todas las decepciones, y
amarguras también, que experimenté durante esos tres años de constante
batallar...el recuerdo de mis soldados y guerrilleros, el pueblo en
armas, marchando entre punas y quebradas, airosos y bravíos, ellos
fueron los grandes héroes anónimos que algún día la historia
reivindicará".
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