jueves, 7 de julio de 2016

ELLOS Y NOSOTROS


Los libros, igual que los amores, viven aun ausentes. Su territorio natural es la memoria y por eso, libros y amores, existen ante todo cuando se hacen recuerdo. De suerte que hasta sus autores forman parte de nuestras vidas. Pues de algún  modo somos lo que aprendimos y leímos.
Es el caso de Luis Alberto Sánchez (tres veces rector de San Marcos y autor de un centenar de libros) a quién, además de leer, muchas veces escuché y una vez saludé en el último homenaje que se le rindió y a quién en Huacho, en casa de Lizbet Varillas Susanibar, años después, volví a encontrar a través de uno de sus títulos. El más sorprendente de todos de cuántos podía suponer de autoría del prolífico político y maestro sanmarquino reposando en el estante de una pequeña salita: "Un sudamericano en norteamerica", publicado por primera vez en Chile en 1942.
Imaginé a Lichi mirando aquel título y comprando el volumen, llevándolo a su barrio de calles polvorientas en Hualmay y guardándolo entre sus bienes impresos mas preciados; en fin, dándole un lugar en su vida...igual que a mí.
Demás está decir que pocos libros he leído con mas sensual regocijo y convicción, al descubrir en sus páginas 134 y 135 una premonición que el tiempo ha vuelto certeza y motivo de doble gratitud...a los libros...y al amor.


"Alguien ha dicho, quizá con razón, que los pueblos se distinguen, en cuanto a su grado de civilización, por lo que comen. Los franceses, cultivadisimos, y los chinos, tan refinados, conocen los mil y un secretos del arte de embrujar los elementos primordiales de la nutrición a través de sutiles mezcolanzas y guisos. Un stew norteamericano trata de parecerse a un ragout francés, pero no le llega. Sin embargo, en Nueva Inglaterra, donde la cultura es más vieja, hay también mayor número y mejor calidad de viandas. Los argentinos y los chilenos, pertenecientes a países formados por un rudo y reciente esfuerzo, sin larga tradición de cultura, no destacan tampoco por sus cocinas. A los norteamericanos les ocurre algo igual. En cambio, los  peruanos y los mexicanos, como los franceses y los chinos, poseen el secreto de una cocina sutil y recargada, en la que abundan el adobo y las especias. Si la cultura se midiera realmente por lo que se come, el American Citizen sería todavía un aprendiz. Para él comer no encierra un placer, sino una tarea. Lo hace de prisa y con materiales excelentes, pero simples. Su leche, su mantequilla, su carne, sus legumbres, sus cereales contienen las dosis que la ciencia dietética aconseja; ¿por qué y hasta qué punto hemos de vivir sujetos a las prescripciones de los especialistas en nutrición?"
"El American Citizen come para nutrirse; el sudamericano, para disfrutar de un placer más. Y mientras el American Citizen revisa su libreta de ahorros o de banco con fruición, obteniendo de ello el placer de su seguridad, el sudamericano tiene siempre enredadas sus cuentas y detesta no solo decir, sino hasta saber cuánto es su ingreso".

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