viernes, 20 de marzo de 2009

MI AMIGO MÁXIMO

                                                          
Maximo Damian (1936-2015) y su esposa Isabel Asto


                                                   

En la dedicatoria de El zorro de arriba y el zorro de abajo, libro póstumo que José María Arguedas escribió antes de suicidarse, quedó consignado para la posteridad el nombre de un violinista de la comunidad campesina San Diego de Ishua. Pues desde entonces, paralelo a la difusión y al reconocimiento de la obra del escritor, ha crecido el prestigio de Máximo Damián Huamaní. Más aún, por cierto: sin proponérselo, a Máximo le ha tocado en suerte ser tratado igual que si se tratase del hijo o del hermano de Arguedas, (no por nada la amistad del músico con el escritor se inició a la temprana edad de catorce años). Por eso mismo, al final de su existencia, a los setenta y ocho años, aquel muchacho que comenzó a asombrar con el precoz virtuosismo de su talento al empuñar el violín en las festividades del sur de Ayacucho devino, además de indiscutido profesor de la Escuela Nacional de Folclor “José María Arguedas”, en el más renombrado músico de la danza de las tijeras de la historia del Perú.
También por eso mismo, para los lectores de Arguedas y más aún para los estudiosos de su obra, era un deber de gratitud antes que buscar la tumba del escritor visitar a Máximo Damián. Tanto que el mismo Damián es conciente que ni su arte ni su vida le pertenecen al margen de la obra del escritor andahuaylino y que, por el contrario, los acordes del violín y las paginas de los libros de Arguedas se corresponden. De modo que después de leer (y releer) los libros de José María, igual que todos (o casi todos), también a mí me tocó la hora de considerar imprescindible ir en busca de Máximo. Cierto día, durante la presentación de uno de los numerosos libros de Guillermo Thorndike en Barranco, pude al menos verlo y sobre todo escucharlo. Tiempo después en la esquina donde localiza la antigua sede del diario El Comercio lo vi y de inmediato lo saludé. Para mi sorpresa recibió mi saludo no solo con agrado sino hasta aceptó mi invitación para subir a la oficina del Congreso -mi domicilio laboral de aquel tiempo- donde, con la complicidad afectuosa de Mily, la bella secretaria nissei, pude agasajarlo con galletas y sorbos de café luego de hacerle algunas preguntas.

Así, entre sorbos de café y almuerzos bien conversados, nació nuestra amistad. En principio me contó de sus presentaciones en los más consagrados escenarios de los EEUU, Europa y Japón; de sus inicios cuando a punto de que lo botaran por demasiado mocoso se echó al bolsillo a quienes lo rechazaban apenas convinieron (resignados) en escucharlo y también de los profesores europeos que lo visitan. (“Y ¿qué tal se portan?”.”Bien. Casaquitas traen cuando vienen”). 
Pese a todo, hay algo de lo que nunca hemos hablado aunque es lo que más presente tengo cada vez que lo escucho hablar o lo veo sonreír. Se trata de la historia de su matrimonio que me contó su propia esposa. Ocurre que siendo residente en Lima un día de fiesta entre sus paisanos de San Diego de Ishua al ver a una linda chiquilla de trece años simplemente le dijo, no a ella sino a Arguedas, cuanto la quería. Y fue así que aquella chiquilla, hija de padres migrantes ayacuchanos, escucho estas palabras: "Niñacha, Maximo dice que te quiere y que cuando seas grande se va casar contigo”. Espantada Isabel corrió donde su madre quien, luego de escucharla y sonreír, terminó por decirle: "De mentira te dicen, para hacerte broma. No hagas caso".  Pero era verdad, tiempo después, a los ventiun años, enamorada de la obra de Arguedas -quien le dijo aquellas palabras- Isabel Asto juntó su canto para ser compañera de Máximo (en el arte y en la vida) y la madre de sus hijos.
Maximo Damian en el funeral de JMA
Sin embargo, de todas las ocasiones en las cuales nos hemos reunido ninguna para mí resulta más memorable que aquella en que me pidió ofrecernos un recital en la oficina de la empresa a la que pasé a trabajar. El caso es que Manuel Cuba -el dueño de la empresa- por ser huancavelicano y gustar de la danza de las tijeras sintió curiosidad por escuchar al célebre violinista. En consecuencia, al encontrarlo en la calle para reforzar su interés me llamó. Lo más sorprendente, apenas saludarlo -mientras Manuel comparecía ante una voz que lo urgía- fue oír a Máximo decirme: “Dile a Manuel para tocar un poco de música”.
Lo que siguió más que un recital fue una reunión de amigos en el que la embriaguez de los tragos fue incapaz de superar la embriaguez de la música. Máxime cuando Máximo, para terminar, nos dedicó aquello que en escenarios de los EEUU, Europa y Japón escucharon y aplaudieron quienes lo vieron actuar. Fue privilegio nuestro verlo ascender, desde la cima del júbilo y el asombro, aquella noche memorable diciéndose así mismo: “¿De dónde me saldrá esto?” .La respuesta pertenece, acaso, a la poesía: “Todo acto o voz genial, viene del pueblo o va hacia él”.


 


1 comentario:

Juan Carlos Priotti dijo...

Un racconto de recuerdos que vuelve a la vida al Genial Arguedas, el escritor que supo radiografiar el alma del Perú profundo con un lenguaje de luz y servir a su designio inexorable.