lunes, 27 de abril de 2009

POR LAS RUTAS DE CARAL


Escribo este artículo apoyado sobre una piedra. Tengo ante mí un río escuálido (que hace más bulla que aguas lleva). Sin embargo, quien lo diría, se trata del mismo río que hace cinco mil años hizo posible el surgimiento de Caral. Pues aunque los campesinos del valle lo ignoren, este mismo rio con el que riegan sus parcelas -que también deviene torrentoso en los meses de verano- dió vida a uno de los vestigios más antiguos y deslumbrantes de civilización hallados en el continente americano. Pero asimismo, en contraparte, casi todos los visitantes que acuden a recorrer la ciudadela sagrada desconocen que el río que dió, y da, vida a Caral brota de un par de bellas lagunas.
Dos lagunas que según la leyenda local forman pareja (pues una es hembra y el otro macho, en la interpretación de los lugareños). Y fue precisamente allí en las lagunas de Jurorcocha que uno de mis antepasados, mi tío abuelo David Reyes, hizo algo mejor que escribir una crónica puesto que sembró de truchas las cristalinas aguas de las lagunas a mediados del siglo pasado para que, desde entonces, descienda a través del rio Ambar alimentando no solo los campos sino el estomago de generaciones de familias de agricultores y ganaderos.


Tanto así que Gabriel Chamorro a decidido ser el primero en criar truchas en cautiverio dado el casi arrasamiento actual del rio Ambar. Pero tan así también que hasta ahora no se repone de la feliz sorpresa que le procuró el simple hecho de invitar una porción de truchas fritas y papas sancochadas a una infrecuente comitiva que camino a las lagunas hicieron un alto en su choza de Agua Blanca para apreciar su cariño. Pues, cuando menos lo esperaba y por más que le bastara la gratitud de los viajeros, en un santiamén vio aparecer entre sus manos unos soles impensados reunidos en el acto y por si fuera poco recibido de manos de una muy amable señora que instó al grupo (que para Gabriel eran todos ingenieros) a retribuir su atención.


Por mi parte, al pasar por el pueblo de regreso escucho al alcalde  hablar con entusiasmo de la decidida incursión que hizo la arqueóloga Ruth Shady a las alturas de Ambar (que no es otra que “la doña” del relato de Gabriel). Asimismo, el alcalde tampoco deja de ponderar la valentía y tenacidad de la conductora del Proyecto Arqueológico Caral (aunque, a decir verdad, ignora que la arqueóloga en la oscuridad rodó del caballo y estuvo por algunos minutos extraviada y maltrecha hasta que fue socorrida de manera providencial por Olga, una campesina que la rescato y la condujo a su casa) y que pese a aquellas peripecias caballerescas del viaje, retornó complacida y agradecida por haber recorrido los confines remotos de aquel río que antes de llamarse río Supe es el río Ambar.

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