Al escribir este artículo en un día especial (23 de Abril) no puedo, primero que nada, dejar de mencionar a quienes hicieron que la lengua que hablamos fuera un idioma tan nuestro como de quienes lo hicieron posible: el reino de Castilla. Tanto que sin Alfonso Reyes, Borges, Octavio Paz, García Márquez y Vargas Llosa el español, hoy por hoy, seria un idioma de segundo orden; pues aunque los pueblos son los forjadores de los idiomas son los poetas y escritores quienes los consagran. Por eso mismo cuando pensamos en el español tenemos la elemental impresión de que se trata de un idioma inventado por un muy mentado súbdito español llamado Miguel de Cervantes Saavedra. Y es que "El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha" más que un libro es un don del espíritu. Una profusión de palabras que es a la vez partida de nacimiento, celebración suprema y símbolo de unidad de la cultura hispana.
Sin embargo, después de más de cinco siglos de vigencia inalterable de cultura impresa en libros, diarios y revistas hemos ingresado a una época en la que el papel no es ya el único reino para leer, ver y aprender. De modo que no es para sorprenderse que para un escolar común y corriente de estos tiempos resulte más atractivo y practico preferir una cabina (de Internet) que acudir a una biblioteca. Por otra parte, tampoco es menos convincente ni persuasiva la función que cumplen las grandes cadenas televisivas (National Geographic, Discovery e History Channel) que si bien no relevan la necesidad de leer o de estudiar sin ninguna duda lo refuerzan. De suerte que el simple sosiego de mirar la televisión ha devenido, quien lo diría, también en un acto de evidente estirpe cultural. Pero la entronización de la imagen no ha hecho sino enfatizar el uso de la palabra. Y es que sencillamente por más que se diga que una imagen vale por mil palabras es incuestionable que las palabras pueden prescindir de la imagen pero no lo contrario.
Cinco siglos y el español se ha vuelto yaraví, huayno, vals, milonga, vallenato (entre otros tantos cantos). En fin: una historia que se cuenta a si misma. Cinco siglos y a pesar de la fragmentación y del fracaso fundacional perdura una unidad esencial en el ámbito del idioma mismo que narra la ruptura. Puede acaso parecer exagerado (y hasta odioso) pero la constatación se impone por si misma: mientras Europa se une a pesar de los idiomas que lo separan América del Sur mantiene sus distancias a pesar del idioma que lo une. Y es que si los estados democráticos más antiguos del mundo han logrado integrarse, el destino de América del Sur no tiene por que ser el de la dispersión. En consecuencia, la tarea del siglo XXI es construir la unidad (un desafío que cada vez resulta más imperativo, entre otros casos, en circunstancias donde Chile funge de agente vendedor y el Perú de taller de producción ante un mercado internacional que no repara en fronteras sino en exigencias).
Por último, es tan real lo virtual que hasta los diarios han extendido sus dominios del papel a las pantallas de las computadoras. De manera que nunca como ahora el mundo a estado mejor comunicado e informado. Pero al mismo tiempo nunca ha habido tanto saber inútil ni tanta ceniza que remover. Pues, que duda cabe, el mundo globalizado sigue siendo un mundo dividido y bárbaro (donde la pobreza no pasa de ser una estadística). Por eso mismo asombra más todavía imaginar que existió hace siglos un oscuro ex soldado que luchó a brazo partido (a pesar de su invalidez) para escribir, en una clara mañana medieval o a la luz de los candiles, entre el canto de los gallos o el rebuzno de los asnos -sin laptops ni entrevistas que propalen su imagen ni su voz- la obra más moderna (entiéndase: perdurable) de nuestro idioma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario