sábado, 30 de mayo de 2009

EL BOSQUE IMAGINARIO





Rodeado por libros, que existen mas por haberlos leído que por haberlos comprado, la luz de la lámpara me confronta ante una página que el pasar de las horas convierte en mustio abismo mientras afuera la tarde gris muere sin remedio. Entonces aunque a veces las palabras parecen venir por cuenta propia -para ser yo mismo su primer regocijado lector, antes que su hacedor- me doy cuenta que nunca ha sido fácil escribir. Asimismo, compruebo que es verdad que del mismo modo que resulta inconcebible un mundo desprovisto de palabras existen vidas imposibles de serlo sin la solitaria agonía de decir. Pues, aun cuando el periodismo es un oficio que transformó en profesión escribir para informar, hacerlo para aplacar la implacable urgencia de decir será siempre una excepción -unas veces piadosa y otras gloriosa- antes que una profesión.
Federico More, el periodista puneño que no tuvo reparos en afirmar: “Mi pluma no se vende, se alquila”, al lamentar el fallecimiento de su amigo José Carlos escribió también su mejor, y más breve, homenaje: “Con la muerte de Mariategui, dijo, el nivel de la inteligencia en el Perú ha descendido”. No exageró. Pues a la postre, el lugar alcanzado por el talento y el talante de Mariategui no desapareció; por el contrario, engrandeció su vigencia hasta volverse un clásico al que se sigue leyendo y descubriendo. Consagrado por el misterio de la posteridad acaso más que sus mismas ideas prevalece su pasión por la vida y por compartirla a través de las palabras. Sorprende más todavía por eso que miles de profesores, en los colegios y las universidades del país, recurran a las páginas de un hombre que no acudió a ningún colegio o universidad, salvo aquella escuelita de provincia en Huacho, donde una lesión en la rodilla lo obligó a reemplazar la escuela por el hospital. Pese a todo, repuesto de una prolongada convalecencia, el adolescente que ingreso a un diario de amanuense terminó siendo un periodista tan brillante que don Jorge Basadre no dudó al recordarlo en decir: “Considero que ese hombre era un genio”.
Adquiridos en años son decenas los libros –que al igual que los de El Amauta- me rodean y recuerdan que están allí para probar que nada en esta vida es real si no se dice. Buscados con adicción y conservados con discreta devoción cada uno de ellos representa el lujo y la lujuria de mi alma promiscua. Son también un monumento a la desmesura que me llevó (antes de la aparición de aquella cachina virtual llamada Internet) a remover durante horas de horas montañas de revistas y libros por las calles de Lima. Por eso no puedo no mirarlas sin nostalgia, pues aun las que llegaron siendo ediciones relucientes han envejecido junto conmigo. Algunos lucen incluso harto deteriorados por el tiempo. Sin embargo, simbolizan mi mayor orgullo, no por que me pertenezcan sino porque adonde quiera que vaya la suprema gratitud de sus presencias jamás me abandonó. Fue la llave mágica que me abrió puertas increíbles.(Alzó la vista y es suficiente para tener a mi alcance “Moby Dick”, el libro de Melville que obligó a Vargas Llosa a anotar: “¡Coño, que maravilla de novela! Obra maestra absoluta.”).
En la plenitud de la noche, rodeado por los libros a los que he dedicado las más gratas horas de mi vida termino, al fin, este artículo que les dedico. Pero más que un homenaje -contra mis vagas intenciones- percibo en estas palabras el inevitable sabor de una exaltación final. No es para menos: no puedo ignorar que todos los volúmenes que me rodean podrían caber en uno solo. En un solo libro digital que puede contener mil quinientos libros impresos. De manera que, en adelante, no habrá necesidad de talar bosques para fabricar libros, ni de espacio ni de afán para cuidarlos, pues bastara -literalmente- con mirarlos. No importa, pues aunque los libros impresos desparezcan la experiencia de la lectura ha de continuar. Aquella prodigiosa experiencia que las “Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar -que ando deshojando por estos días- describe simple y maravillosamente así: “Un hombre que lee, que piensa o calcula, pertenece a la especie y no al sexo; en sus mejores momentos llega a escapar a lo humano”.

2 comentarios:

julio solorzano Murga dijo...

Felicitaciones por sui articulo muy interesante, nuestra juventud deberia de visitar su blog para que sepa algomas sobre nuestra identidad cultural-
Julio Solórzano Murga

almodhena dijo...

hola que tal! permítame felicitarlo por su excelente blog, me encantaría tenerlo en mi directorio y en mi blog relacionado a viajes estoy segura que sería de mucho interés para mis visitantes !.Si puede sírvase a contactarme almodhena099@gmail.com

saludos
almodhena