lunes, 8 de junio de 2009

BANDURRIA


Lo más sorprendente que pudo sucederle al distrito y a la provincia de Huaura no es solo que el general San Martín decidiera iniciar allí el Gobierno Independiente que dió origen a la República sino también que sus médanos litorales guardaran -al igual que en el caso de Aspero en Puerto Supe y Caral en Supe Pueblo- los restos más remotos que dieron origen al surgimiento de la Civilización Andina. De modo que, sin alarde, se trata de un escenario histórico y cultural, que duda cabe, de primer orden y asimismo fundacional por partida doble. En consecuencia, el desafío por conocer y por valorar ese legado también lo es. En ese sentido, a los huaurinos y huachanos del presente solo les cabe honrar ese pasado acatando aquel sabio consejo del viejo Goethe (el alemán más universal de todos los tiempos) que desde las páginas de El Fausto nos previene y advierte: “Merece lo que heredas”.
Cierto, se repite siempre, que no se quiere lo que no se
conoce. Precisamente para allanar los ignotos confines que ocultan el tiempo y la arena, Alejandro Chu, es autor de un libro cuyo titulo no pude ser más explicito: “Bandurria. Arena, mar y humedal en el surgimiento de la Civilización Andina”. Nadie para hacerlo más indicado que él: Chu es desde el 2005 jefe del equipo de investigación encargado de develar los vestigios milenarios de lo que por mucho tiempo era solo un espacio desierto conocido como la Pampa de las Bandurrias (por la abundancia de aquellas aves que ahora solo perduran en el recuerdo).
Sin embargo, aquel espacio desierto cobijaba un tesoro. Evidencias que revelaron su intrigante presencia desde 1973, precisamente no como resultado de trabajos de prospección o de simples asaltos al pasado sino como resultado del paso inexorable de las aguas residuales de la irrigación Santa Rosa a través del arenal. De manera que a Bandurria no lo descubrió ningún arqueólogo o huaquero sino las aguas que dieron vida al fértil a la Pampa de los Huancayos del distrito de Sayán (por el que cruzó el Ejercito Libertador en 1820 camino a la hacienda Retes). Por ese motivo los primeros en advertir la presencia de los vestigios del pasado fueron los propios campesinos que poblaban los alrededores y los alumnos de la universidad de Huacho que fueron al rescate liderados por el ex alcalde Domingo Torero Arrieta, su hijo Domingo Torero Fernández y el arquitecto Jorge Chaparro.
Entonces, prevenidos de lo que podían contener los médanos, acordaron estar presentes cuando el 6 de abril de 1973, a medía mañana, cuando las caprichosas aguas del drenaje cruzaran bajo la autopista e irrumpieran entre los médanos. Fue así que apenas se abrieron paso, entre los tajos que fueron conformando en su curso hacia el mar, el patriarca de los Torero vio sobrecogido flotar sobre las aguas algunos cestos de junco. Así comenzó la historia de un desesperado rescate y de gestiones inmediatas conducentes a su reconocimiento como área patrimonial y conservación que permita comparecer ante el comienzo del comienzo de nuestra historia.
Pero las aguas no solo causaron destrucción sino devolvieron al litoral una apariencia exuberante. Acaso similar al de las condiciones más que hicieron posible la ocupación y el poblamiento de Bandurria hace cinco milenios. Surgió así, entonces, además de dos hermosas lagunas, un humedal que sirve de refugio para 125 especies de aves, rodeado por un entorno verde compuesto de grama, junco y totora. Un verdadero Paraíso. Y todo eso es Bandurria y El Paraíso. Un área arqueológica de elevaciones superpuestas y plazas circulares y un área ecológica de mar y humedal que conforma un espacio de singular antigüedad y belleza que se ubica a 9 km. al sur de la ciudad de Huacho. Un espacio en el que la vida fue posible, antes de la invención de la cerámica, por más de mil años. Un espacio silencioso y vasto que durante más de cincuenta años en el siglo pasado, entre 1911 y 1962, fue la ruta del tren que comunicaba Huacho con Ancón. 
No obstante, los viajeros de la vía ferrea no alcanzaron a contemplar lo que ahora, además de la belleza del mar, a cualquier viajero, luego de recorrer una breve trocha de 1.5 kilometros a la altura del kilómetro 141de la Panamericana Norte aguarda: la conmovedora quietud de mustias y hermosas paredes en canto rodado que erigieron y habitaron los primeros vecinos de la historia de América.



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