(1892-1938) |
- El era muy seco. Una vez escribía – yo no sé por que, porque yo era muy discreta - me acerqué sin pensar que iba a dejar de escribir, me acerqué por detrás de él y lo besé. Y él me aparto con la mano. Y yo quedé tan herida que nunca más, nunca mas hice un gesto parecido.
- Nos conocimos de una manera muy curiosa, un poco ridícula si usted quiere. Usted sabe que los sudamericanos hacen muchos gestos al hablar. Y yo veía en la casa de enfrente, contra la luz tamizada de una pantalla roja, de muy mal gusto, a unas personas discutiendo, gesticulando. Era invierno y las ventanas estaban cerradas. Y yo, conmovida. Le dije a mi madre: 'Pobres los vecinos de enfrente, son sordomudos'. Llegó la primavera, un domingo yo estaba asomada a la ventana y lo vi gesticular como siempre, pero también oí su voz: '¡Mamá, el vecino de enfrente habla!'.
- Nunca comprendí completamente a Vallejo, en vida. Ahora sí, ahora que llevo viviendo (tantos) años en el Perú empiezo a comprender y quizás, aunque viviera cien años, no terminaría mi aprendizaje. Los serranos son gente que parece tonta y humilde y son de una inteligencia temible; los serranos son así. Con su mirada de corto de vista y de repente tienen relámpagos geniales.
- Nos tratamos tres meses y un día despareció. Mi madre cae enferma, se muere y ese día regresa Vallejo a la calle Moliere. Me vino a presentar las condolencias y me dijo, así como si me dijera por favor alcánzame los fósforos que debíamos vivir juntos. Y yo no dije ni si ni no, siguió la conversación, pero ni por un momento pensé en decir que no.
- Se levantaba a las siete y media. A las ocho yo le daba el desayuno y me iba a trabajar. No tenía nada de bohemio, como se ha dicho: era un hombre austero, le gustaba el orden, la limpieza, saber la hora.
- Un hombre verdaderamente hombre, decía, sólo lo es de una mujer.
- Era un hombre que podía tomarse por corriente. Salvo su mirada. La mirada era algo verdaderamente angustioso. Cuando lo miraba a usted su mirada no se detenía en sus ojos o en su rostro, parecía que lo cruzaba y continuaba miles de kilómetros detrás suyo. Yo una vez le dije: '¡Mírame! ¡Mírame a mí como miras tan lejos!' ¿Y sabe donde entendí su mirada? Aquí, en el Perú, cuando vi por primera vez una llama; las llamas miran panoramas inmensos y esa era la mirada de Vallejo.
- Yo estaba lejos de imaginar lo que llegaría a ser Vallejo, a quien ahora hay personas que consideran el poeta mas grande del siglo (XX). No tenía gran preparación para comprenderlo: sabía que era un gran poeta y nada más.
Georgette Marie Philippart Travers de Vallejo.
- Nos conocimos de una manera muy curiosa, un poco ridícula si usted quiere. Usted sabe que los sudamericanos hacen muchos gestos al hablar. Y yo veía en la casa de enfrente, contra la luz tamizada de una pantalla roja, de muy mal gusto, a unas personas discutiendo, gesticulando. Era invierno y las ventanas estaban cerradas. Y yo, conmovida. Le dije a mi madre: 'Pobres los vecinos de enfrente, son sordomudos'. Llegó la primavera, un domingo yo estaba asomada a la ventana y lo vi gesticular como siempre, pero también oí su voz: '¡Mamá, el vecino de enfrente habla!'.
- Nunca comprendí completamente a Vallejo, en vida. Ahora sí, ahora que llevo viviendo (tantos) años en el Perú empiezo a comprender y quizás, aunque viviera cien años, no terminaría mi aprendizaje. Los serranos son gente que parece tonta y humilde y son de una inteligencia temible; los serranos son así. Con su mirada de corto de vista y de repente tienen relámpagos geniales.
- Nos tratamos tres meses y un día despareció. Mi madre cae enferma, se muere y ese día regresa Vallejo a la calle Moliere. Me vino a presentar las condolencias y me dijo, así como si me dijera por favor alcánzame los fósforos que debíamos vivir juntos. Y yo no dije ni si ni no, siguió la conversación, pero ni por un momento pensé en decir que no.
- Se levantaba a las siete y media. A las ocho yo le daba el desayuno y me iba a trabajar. No tenía nada de bohemio, como se ha dicho: era un hombre austero, le gustaba el orden, la limpieza, saber la hora.
- Un hombre verdaderamente hombre, decía, sólo lo es de una mujer.
- Era un hombre que podía tomarse por corriente. Salvo su mirada. La mirada era algo verdaderamente angustioso. Cuando lo miraba a usted su mirada no se detenía en sus ojos o en su rostro, parecía que lo cruzaba y continuaba miles de kilómetros detrás suyo. Yo una vez le dije: '¡Mírame! ¡Mírame a mí como miras tan lejos!' ¿Y sabe donde entendí su mirada? Aquí, en el Perú, cuando vi por primera vez una llama; las llamas miran panoramas inmensos y esa era la mirada de Vallejo.
- Yo estaba lejos de imaginar lo que llegaría a ser Vallejo, a quien ahora hay personas que consideran el poeta mas grande del siglo (XX). No tenía gran preparación para comprenderlo: sabía que era un gran poeta y nada más.
Georgette Marie Philippart Travers de Vallejo.
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