lunes, 31 de agosto de 2009

NUESTROS HÉROES


Recuerdo la fecha exacta: 21 de diciembre de 1978. Ese día decidí ser escritor. Tenía entonces 15 años. Más aun, puesto que era el día de clausura del año escolar, pensé con emoción en José María Arguedas y a la vez miré con desesperación a la profesora Bonicelli que, desde una de las escaleras, bella y distante, observaba la ceremonia.

Bueno pues esa tarde en lugar de ser el mejor alumno del “Luis Fabio Xammar” preferí ser voraz lector. Pero no solo eso, decidí que para seguir los pasos de Arguedas era imprescindible contar también con el maravilloso aliciente de una presencia amable y cómplice. (Al menos de lo último no me puedo quejar).

Han pasado los años y una de mis mayores gratitudes en este mundo es asimismo recordar las muchas horas de lecturas que he pasado en mi vieja casa solariega y familiar en Huacho.

Y por si fuera poco, no solo sigo leyendo en esa misma casa, sentado sobre la perezosa que heredé de mi abuelo, sino que muchos de mis artículos los escribo sobre la misma mesa en donde soñaba con escribir y publicar.

Desde entonces, incluso ahora que me encuentro dedicado a la elaboración de un libro sobre la presencia de la expedición libertadora en Huaura (y pueblos aledaños), todo lo que escribo me parece un homenaje a mi remota adolescencia. Un homenaje también a mis amigos y a mis profesores que jamás se cansaron de soportarme. Pero sobre todo a Huacho, la ciudad a la que me debo.

Pero no es de las promiscuidades de mi alma de lo que quiero escribir sino del despiadado recuento que me procura un fin de semana de lecturas sobre la infausta Guerra del Pacífico.(Un pasado que siempre, por desgracia, sigue presente). Tanto que hasta, en estos inciertos días, tiene por escenario una lejana corte internacional en Holanda.

Pues se trata de recuerdos que jamás dejaran de arder en nuestra memoria: Alfonso Ugarte escribiendo apurado su testamento después de una batalla y a la espera de otra. Cáceres viendo morir a su hermano en sus brazos. Bolognesi, acribillado después de honrar su palabra hasta el espanto de sus matadores. Grau, sencillo y majestuoso ante la vida y la muerte. Leoncio Prado sorbiendo un café que guarda su amargura en el último sorbo. Imposible olvidarlos. Imperdonable ignorarlos.

Bien lo dijo don Manuel Gonzáles Prada: un pueblo capaz de dar a un Grau o a un Bolognesi en horas tan aciagas no puede estar perdido.

Imposible olvidarlos. Imperdonable ignorarlos. Pues eso también es comprensión de lectura (que es el comienzo de toda escritura).

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