El 31 agosto de 1882, en pleno fragor de la guerra con Chile, el general Miguel Iglesias, persuadido por un acto de sensatez que se mezcla con la traición, luego de ordenar la dispersión y disolución del ejército a su mando, hizo público en Cajamarca un insólito manifiesto en el que propuso “ceder ese pedazo de terreno” que, a la postre, condujo a la entrega de Arica y Tarapacá; es decir, a la firma del Tratado de Ancón.
Entonces, otra vez, lejos de aceptar los hechos consumados, al igual que en las gloriosas jornadas de la lucha por la Independencia, desde la misma plaza de la que partieron los 56 reclutas que fueron recibidos por el general San Martín en 1820, el 17 de octubre de 1882 se alzaron la voces enérgicas y vibrantes de quienes, desde aquel pueblo de calles empedradas y construcciones con techos de ichu, tuvieron la audacia y lucidez de oponerse a aquel “inaudito atentado contra la soberanía, la Constitución y la unidad nacional” que proponía el manifiesto de marras enarbolado por un militar que prefirió negociar en lugar de pelear.
Por eso el acta del Cabildo de Cajatambo rechaza por igual la rendición y condena la actitud separatista del caudillo cajamarquino que busca rendirse para imponerse, que juzga preferible entenderse con los invasores y necesario burlarse del taita Cáceres y su ejército de desharrapados campesinos que fatigan sin tregua inhóspitos breñales.
Por Cáceres y su coraje indomable y en defensa de la integridad nacional aquel 17 de octubre registran sus firmas Manuel T Gonzales, Paulino Fuentes Castro, Romualdo Barreto, Manuel R. Hijar, Pedro P. Quinteros, Agustín Novoa, Agustín Mota y José del Carmen Reyes, subprefecto de Cajatambo.
De igual modo en la villa de Ocros -que forma parte, por entonces, de la jurisdicción de Cajatambo- días después, el 29 de octubre, se lleva a cabo una solemne asamblea que condena “el horrendo delito de rebelión contra la patria” perpetrado por aquel general que había lastimado la autonomía nacional e integridad territorial de la República, menoscabando su soberanía con procedimientos punibles.
Entonces, otra vez, lejos de aceptar los hechos consumados, al igual que en las gloriosas jornadas de la lucha por la Independencia, desde la misma plaza de la que partieron los 56 reclutas que fueron recibidos por el general San Martín en 1820, el 17 de octubre de 1882 se alzaron la voces enérgicas y vibrantes de quienes, desde aquel pueblo de calles empedradas y construcciones con techos de ichu, tuvieron la audacia y lucidez de oponerse a aquel “inaudito atentado contra la soberanía, la Constitución y la unidad nacional” que proponía el manifiesto de marras enarbolado por un militar que prefirió negociar en lugar de pelear.
Por eso el acta del Cabildo de Cajatambo rechaza por igual la rendición y condena la actitud separatista del caudillo cajamarquino que busca rendirse para imponerse, que juzga preferible entenderse con los invasores y necesario burlarse del taita Cáceres y su ejército de desharrapados campesinos que fatigan sin tregua inhóspitos breñales.
Por Cáceres y su coraje indomable y en defensa de la integridad nacional aquel 17 de octubre registran sus firmas Manuel T Gonzales, Paulino Fuentes Castro, Romualdo Barreto, Manuel R. Hijar, Pedro P. Quinteros, Agustín Novoa, Agustín Mota y José del Carmen Reyes, subprefecto de Cajatambo.
De igual modo en la villa de Ocros -que forma parte, por entonces, de la jurisdicción de Cajatambo- días después, el 29 de octubre, se lleva a cabo una solemne asamblea que condena “el horrendo delito de rebelión contra la patria” perpetrado por aquel general que había lastimado la autonomía nacional e integridad territorial de la República, menoscabando su soberanía con procedimientos punibles.
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