viernes, 23 de octubre de 2009

MACHU PICCHU por PABLO NERUDA


“Para mí el Perú fue matriz de América, recinto creado por altas y misteriosas piedras, por dentelladas de espuma singular, por ríos y metales de cauce profundísimo. Los incas dejaron no una pequeña corona de fuego y martirio en las manos atónitas de la historia, sino una amplia, extensa atmósfera cincelada por los dedos, por las manos capaces de conducir los sonidos hacía la melancolía y la reverencia de levantar las piedras colosales frente al tiempo infinito”
“Me detuve en el Perú y subí hasta las ruinas de Machu Picchu. Me sentí infinitamente pequeño en aquel ombligo de piedra; ombligo de un mundo deshabitado, orgulloso y eminente, al que de algún modo yo pertenecía.Me sentí chileno, peruano, americano. Había encontrado en aquellas alturas difíciles, entre aquellas ruinas dispersas una profesión de fe para la continuación de mi canto.”
Pablo Neruda (1904-1973)
“Fue un encuentro decisivo en mi vida. Tuvo lugar hacia el año 1943: la gran guerra de los europeos no daba aún señales de acabar. Goya había profetizado: "El sueño de la razón engendra monstruos".
“Miré hacia arriba, hacia adentro/Como si todo se acechara;/no podía sentirme solo,/el bosque cantaba conmigo/para sus trabajos profundos”.
 
“Entonces subimos por senderos ásperos y a lomo de mulo hasta la ciudad perdida y añorada: Machu Picchu, la misteriosa. Aquella altísima ciudad se había avergonzado de su propia época, se había reducido al silencio y se había escondido en su propio bosque. ¿Qué les sucedió a sus constructores? ¿Qué había sido de sus habitantes? ¿Qué nos dejaron, excepto la dignidad de la piedra, para darnos noticias de su vida, de sus propósitos, de su desaparición? Nos respondió un silencio sonoro. Yo ya conocía el silencio de otra ruinas monumentales, mas siempre fue un silencio humillado, de mármoles definitivamente vencidos. Allí, en las alturas del Perú, la imponente arquitectura se había conservado secretamente en el profundo silencio de las cumbres andinas. Todo era cielo en torno de los sagrados vestigios. El bosque verde se interrumpía con las rápidas y pequeñas nubes, que pasaban desflorando y besando aquella espléndida obra de lo eterno que hay en el hombre. En el punto más alto de la ciudad se levantaba el Reloj o Intihuatana, especie de calendario formado por inmensas piedras, con una meridiana destinada quizá a señalar las horas en aquellas excelsas alturas. Estos relojes astronómicos fueron tenazmente perseguidos por los conquistadores, ansiosos, como siempre, de destruir el núcleo cultural. La ciudad de Machu Picchu los derrotó: se escondió entre peñas abruptas, multiplicó sus mantos de verde, y los intrusos destructores pasaron por su vera sin sospechar jamás su existencia”.
“Machu Picchu se reveló ante mí como el perdurar de la razón por encima del delirio, y la ausencia de sus habitantes, de sus creadores, el misterio de su origen y de silenciosa tenacidad desencadenaron para mí la lección del orden, que el hombre puede establecer a través de los siglos con su voluntad solidaria: el edificio colectivo capaz de desafiar el desorden de la naturaleza y de la humana desventura. Recordé entonces las construcciones mejicanas de Teotihuacán, los edificios de Monte Albán, de Chichén Itzá, el cuadrilátero de Uxmal, los templos de Palenque, las pirámides religiosas con sus prodigiosas moles, con su simetría radial, que en todo el territorio mejicano se alzaron hacia la sangre y la luz. Comprendí que por encima de las estructuras perdidas en el martirio y en la sombra, por encima de la creación formal de figuras, joyas y objetos subterráneos, más allá de la inmensidad vencida y derrotada de aquella América, que hoy está renaciendo de sus propias tinieblas, los antiguos maestros americanos habían erigido un alma aérea, invulnerable, capaz de desafiar con su ser el dominio y las olas embravecidas de la agresión y del olvido”.
 
“Estos descubrimientos me revelaron muchos caminos, y entre ellos el recordar mi destino con aquella verdad tan duradera, con aquellas creaciones colectivas, en las que todos los componentes, esperanza y dolor, delicadeza y poderío, se habían unido muchas veces en un organismo central, que dirigía todas las posibilidades de acción y daba origen a un nuevo silencio sonoro, lleno de inteligencia y de música”. 


 

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