miércoles, 23 de diciembre de 2009

CRISTÓBAL DE LA CRUZ


El cronista y dibujante indio Huamán Poma de Ayala  en el siglo XVII -conforme lo señala y precisa Raúl Porras Barrenechea- acostumbraba referirse con aquel inusual nombre a una de las figuras mas sorprendentes de la historia: Jesucristo.
Sin embargo, en el siglo XX, de manos de un escritor argentino -bonaerense para ser exactos-, al redactar el prólogo de un libro pretenciosamente biográfico, surgió la semblanza más breve y rigurosa sobre tan rotundo y desconcertante personaje.
Aunque nací en un país de predominio católico, no me considero cristiano. Tampoco lo lamento ni lo celebro. Me basta con escribir estas palabras que preceden a estas otras.

“Más allá de nuestra fe, Cristo es la figura más vívida de la memoria humana. Le tocó en suerte predicar su doctrina, que hoy abarca el planeta, en una provincia perdida. Sus doce discípulos eran iletrados y pobres. Salvo aquellas palabras que su mano trazó en la tierra y que borró enseguida, no escribió nada. No uso nunca argumentos; la forma natural de su pensamiento era la metáfora. Para condenar la pomposa vanidad de los funerales afirmó que los muertos enterraran a los muertos. Para condenar la hipocresía de los fariseos dijo que eran sepulcros blanqueados. 
Joven, murió oscuramente en la cruz, que en aquel tiempo era un patíbulo y que ahora es un símbolo. Sin sospechar su vasto porvenir Tácito lo menciona al pasar y lo llama Chrestus
Nadie como él ha gobernado, y sigue gobernando, el curso de la historia”. 

Jorge Luis Borges (1899-1986)




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