viernes, 4 de diciembre de 2009

FIESTA DE SANGRE


El 2 de diciembre de 1969, murió José María Arguedas. A cuarentiun  años de su partida, y a cien de su nacimiento, queda claro que el Perú perdió entonces no solo a un creador de ficciones sino a una figura esencial de su historia. Educador y antropólogo, además de escritor; Arguedas, en 1940, era un joven de veintinueve años que luego de salir de la cárcel y casarse obtuvo una plaza docente en Sicuani (Cuzco). Y fue allí donde el profesor Arguedas dio vida a Yawar Fiesta, su primera novela. Los fragmentos siguientes corresponden a las cartas que dirigió a su primer lector, su amigo entrañable -también maestro- Manuel Moreno Jimeno.

“Casi desde que llegué he empezado a trabajar Yawar Fiesta, lo estoy haciendo con más voluntad y soltura que nunca. Y ahora comprendiendo que no fue un mal haberlo retardado tanto; tengo ya un poco más de solidez, mal o bien, será ese libro todo lo que yo puedo producir. Pretendo que sea la descripción más fiel, y la más completa, de todo el mundo del Perú serrano, indio, mestizo y de la gente desarraigada; la del otro lado. Me siento realmente dispuesto, cuando escribo, tengo la conciencia y la convicción, de que vive en mí, con la suficiente pasión y verdad, este mundo del Perú, tan hermoso, tan pleno de dolor y lucha, tan grande y tan noble para ser descrito en una novela. Ojalá pueda hacerlo”.
Julio/1940

“Durante las vacaciones y en los primeros días después que comenzaron las clases, escribí cerca de 90 páginas chicas, tres capítulos y medio. Escribí todo eso, muy bien, seguro de estar trabajando en virtud de una necesidad profunda. He leído todas esas páginas, y tengo la impresión más pura de que en esos capítulos vive este mundo de la sierra, con muchos de sus aspectos más esenciales y hermosos; he podido describir y dejar en esas páginas los sufrimientos más hondos, las causas más íntimas por las que padece y vive el pueblo de estas regiones. Y he podido describir, como para que lo sienta en toda su fuerza quien lea esas páginas, el paisaje, la hermosura, la violencia, de la tierra en que vive lo más genuino y apasionado del pueblo peruano”.
Agosto/1940

“Te ruego leer los nueve capítulos (…).Esperaré con ansiedad tu respuesta, pues acaso tu opinión es la que más estimo, de todas”.
Setiembre/1940

“A pesar de que tu no has vivido intensamente en el ambiente serrano donde se produce la novela, sin embargo, a través de Yawar Fiesta, lo has sentido con hondura, ha llegado a lo más íntimo de tu alma la vida del Perú de este lado, la tragedia, el dolor y la fuerza de este pueblo. ¿Qué más? Eso es todo. Claro que la obra no tiene la limpidez estética y castellana impecable; se siente que el autor es atropellado por el ambiente y la vida del mundo que describe; y el kechwa resume en su lenguaje, casi por todas partes. Pero esto mismo esta demostrando que la obra ha nacido de la raíz misma del pueblo cuya vida palpita en la novela; y sale a luz empapado en la sangre del mestizo y del indio, que hablan y se realizan todavía en kechwa. Claro que este hecho puede dificultar su traducción, acaso también su absoluta comprensión por parte de muchas gentes; pero no importa eso. Tengo la idea de que quien pueda escribir en castellano bien cernido y dominado, desde buena altura del panorama y la vida de nuestro pueblo serrano, no podría, en cambio, describir con la fuerza y la palpitación suficiente, este mundo en germen, que se debate en una lucha tan violenta y grandiosa”.
Octubre/1940

“¿Has ido alguna vez a una sesión de las organizaciones regionales de Lima? ¿Te acuerdas de nuestra despedida con los lucaninos? Casi toda esa gente es nuestra, y su origen es de lo más humilde; son los Chalos, gente despreciada por los gamonales y notables. Y lo que han sufrido, en los primeros meses de su llegada a Lima, es terrible”.
Octubre/1940

“Tu última carta me da la seguridad definitiva de Yawar Fiesta; el capítulo final nunca me preocupó, porque debía ser la descripción de lo que he visto, apenas necesitaba recordar y revivir lo que había vivido cuando vi al Honrao ensangrentado y haciendo un terrible esfuerzo para mantenerse de pie junto a la barrera. Porque el Honrao existió realmente, y lo destrozó un toro en la corrida del 28 de julio de 1935, cuando estuve de vacaciones en Puquio, después de la edición de Agua”.

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