martes, 22 de mayo de 2012

CAYO MIERDA





Cuando ricos y pobres se resignan  a tolerar la intolerancia, a capitular ante la necedad y la mediocridad, se trata, sin remedio, de una desgracia. La desgracia no de que existan seres mediocres, soberbios y brutales que gobiernan sino de que personas decentes, laboriosas y capaces se lo permitan. De manera que, hablando sin remilgos, en buena medida, un gobierno de mierda no se distingue del pueblo que gobierna.
En 1953 una delegación de alumnos de la universidad de San Marcos, entre  los que se encontraba un joven estudiante de grandes dientes y prominentes sueños, compareció ante -entonces- la más poderosa excrecencia del Ochenio odriísta. Sin embargo, aunque aquel lúgubre episodio no tuviera otro destino que perderse en las sentinas del olvido resulta significativo -y una prueba de que la cultura transmuta la vida- que de aquel encuentro surgiera una de las páginas más luminosas de la literatura peruana. 


El director de  de Gobierno nos cito a media mañana, en su despacho de  la plaza Italia. Nos atacó el nerviosismo, la excitación, mientras esperábamos entre paredes grasientas, policías de uniforme y de civil y oficinistas apretujados en cuartitos claustrofóbicos. Por fin, nos hicieron pasar a su despacho. Ahí estaba Esparza Zañartu.  No se levantó a saludarnos, no nos hizo sentar. Desde  su escritorio nos observó con toda calma. Esa cara apergaminada y aburrida nunca se me olvidó. Era un hombrecillo adefesiero, curentón o cincuentón, o, más bien, intemporal,  vestido con modestia, de cuerpo estrecho y hundido, la encarnación de lo anodino, del hombre sin cualidades (al menos físicas). Hizo una venia imperceptible para que dijeramos qué queríamos , y, sin desplegar los labios, escuchó a quienes nos tocó hablar -balbucear- explicarle lo de los colchones y las frazadas. No movía un músculo y parecía estar con la mente en otra parte, pero nos escrutaba como a insectos. Por fin, con la misma expresión de indiferencia, abrió un cajón, levantó un alto de papeles y los agitó en nuestras caras murmurando: "¡Y esto?". En sus manos bailoteaban varios números del clandestino Cahuide.
Dijo que  sabía todo lo que pasaba en San Marcos, incluso quién había escrito esos artículos. Agradecía que nos ocupáramos de él en cada número. Pero que nos cuidáramos, porque a la universidad se iba para estudiar y no a preparar la revolución comunista. Hablaba con una vocecita sin aristas ni matices, con la pobreza y las faltas de lenguaje de quien nunca ha leído un libro desde que paso por el colegio.
No recuerdo que sucedió con los colchones, pero sí mi impresión al descubrir la desproporcionada idea que se hacía el Perú del tenebroso responsable de tantos exilios, crímenes, clausuras,  delaciones, encarcelamientos y la mediocridad que teníamos delante. Al salir de aquella entrevista sabía que tarde o temprano iba a escribir lo que acabaría siendo mi novela Conversación en La Catedral. (Cuando el libro salió, en 1969,  y los periodista fueron a preguntarle a Esparza Zañartu, que  vivía en Chosica,  dedicado a la filantropía y la horticultura, qué pensaba de esa novela, cuyo protagonista, Cayo Mierda, se le parecía tanto, repuso -imagino su gesto aburrido-: "Pssst...si Vargas Llosa me hubiera consultado, le habría contado tantas cosas...").

Entrevista:
 https://copypasteilustrado.wordpress.com/2014/01/22/entrevista-con-cayo-mierda/


1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues mira qué importante fue este hombre para MVLL (no sería tan mediocre) que le hizo escribir su mejor novela, por orgullo o lo que sea, y le hizo alejarse de sus posiciones de izquierda