Aun cuando los Estados Unidos y
el resto de América sean dos versiones de Europa, no es exacto llamar
americanos a unos y latinos a los demás. Quienes acostumbran hacerlo olvidan, o
mejor dicho: ignoran, que los estadounidenses son tan americanos como los
bolivianos o brasileños. Por otra parte, identificar a los Estados Unidos solo
por su raigambre sajona es ignorar asimismo que la sociedad norteamericana es
un conjunto de etnias y culturas diversas. Por cierto, no menos inexacto
resulta llamar América Latina al conjunto no ingles de América pues ¿qué de
latinas pueden tener las comunidades campesinas o nativas que conforman la
población aborigen? En consecuencia, es tan restrictivo decir que los
estadounidenses son americanos como impreciso llamar latinos a los demás países
del continente.
Pero, en definitiva, al margen de
las imprecisiones nominativas, constituimos un vasto territorio continental que
no es otra cosa que la proyección de una isla (Inglaterra) y una península
(España y Portugal). Lo paradójico es que aun cuando España y Portugal son los
que inician la era de los descubrimientos que abrirán las puertas de la
modernidad, son al mismo tiempo los que primero le dieron la espalda. Así, mientras a la par del descubrimiento de
nuevos territorios, el resto de Europa adoptaba los saludables influjos del
protestantismo, España y Portugal optaron por ignorarlo. Al proceder de esta
manera las conquistas de ultramar terminaron en un rotundo naufragio
espiritual. En contraste, en lo que serán luego los Estados Unidos surge la
simiente de una convivencia ardua y fraterna; en suma, una democracia religiosa
antes que política. Y he allí la diferencia que nos desvela, deslumbra y perturba.
Pues mientras la Reforma es antijerárquica, antipapista y antiromana la
Contrareforma fue todo lo contrario. De manera que, aquel cuento o argumento recurrente del
lastre indígena o aborigen, no es más que la expresión más visible y manifiesta de
aquella ceguera. Y nuestra precariedad habra de prolongarse mientras subsista
nuestra congénita discapacidad para que, en lugar del agravio y la diatriba, prevalezca la
crítica.
Lejos de la herencia romana que
corrompió al cristianismo primitivo los colonos ingleses que parten hacia
América anhelan dejar atrás no solo los rígidos horizontes que oprimen sus
existencias, sino ante todo viajan premunidos de un sentimiento –desde el
comienzo- superior: forjar una sociedad no solo distante sino distinta, sin
privilegios ni injusticias. Una nueva Jerusalén. Una sociedad del futuro, al
margen, no del tiempo, sino del pasado. De la historia. Una sociedad en donde
ser ciudadano constituya el rango más soberano.
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