jueves, 3 de enero de 2013

LOS HIJOS DE AMÉRICA



Aun cuando los Estados Unidos y el resto de América sean dos versiones de Europa, no es exacto llamar americanos a unos y latinos a los demás. Quienes acostumbran hacerlo olvidan, o mejor dicho: ignoran, que los estadounidenses son tan americanos como los bolivianos o brasileños. Por otra parte, identificar a los Estados Unidos solo por su raigambre sajona es ignorar asimismo que la sociedad norteamericana es un conjunto de etnias y culturas diversas. Por cierto, no menos inexacto resulta llamar América Latina al conjunto no ingles de América pues ¿qué de latinas pueden tener las comunidades campesinas o nativas que conforman la población aborigen? En consecuencia, es tan restrictivo decir que los estadounidenses son americanos como impreciso llamar latinos a los demás países del continente.
Pero, en definitiva, al margen de las imprecisiones nominativas, constituimos un vasto territorio continental que no es otra cosa que la proyección de una isla (Inglaterra) y una península (España y Portugal). Lo paradójico es que aun cuando España y Portugal son los que inician la era de los descubrimientos que abrirán las puertas de la modernidad, son al mismo tiempo los que primero le dieron la espalda.  Así, mientras a la par del descubrimiento de nuevos territorios, el resto de Europa adoptaba los saludables influjos del protestantismo, España y Portugal optaron por ignorarlo. Al proceder de esta manera las conquistas de ultramar terminaron en un rotundo naufragio espiritual. En contraste, en lo que serán luego los Estados Unidos surge la simiente de una convivencia ardua y fraterna; en suma, una democracia religiosa antes que política. Y he allí la diferencia que nos desvela, deslumbra y perturba. Pues mientras la Reforma es antijerárquica, antipapista y antiromana la Contrareforma fue todo lo contrario. De manera que, aquel cuento o argumento recurrente del lastre indígena o aborigen, no es más que la expresión más visible y manifiesta de aquella ceguera. Y nuestra precariedad habra de prolongarse mientras subsista nuestra congénita discapacidad para que, en lugar del agravio y la diatriba, prevalezca la crítica.
Lejos de la herencia romana que corrompió al cristianismo primitivo los colonos ingleses que parten hacia América anhelan dejar atrás no solo los rígidos horizontes que oprimen sus existencias, sino ante todo viajan premunidos de un sentimiento –desde el comienzo- superior: forjar una sociedad no solo distante sino distinta, sin privilegios ni injusticias. Una nueva Jerusalén. Una sociedad del futuro, al margen, no del tiempo, sino del pasado. De la historia. Una sociedad en donde ser ciudadano constituya el rango más soberano.

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