(1911-1969) |
Alfredo Torero Fernández es el más eminente lingüista de la historia
del Perú. Y por eso mismo uno de sus
intelectuales de mayor valía del siglo XX. Además del quechua y el aymara se ocupó de
idiomas extintos y aun de la historia del castellano; por eso su contribución a
la comprensión de la historia social andina resulta fundamental. Nació en Huacho en 1930 y murió en
Valencia en el 2004. Para reforzar sus exploraciones lingüísticas se graduó de
antropólogo, (como antes lo había hecho de abogado). Estudió en San Marcos y
lingüística en la Sorbona, en París.
Su contribución a la lingüística
en el Perú es equiparable a los magnos drroteros de J.C. Tello en la arqueología. Pues así como la
arqueología determinó el nacimiento de la Civilización Andina en Caral,
del mismo modo los estudios de Torero determinaron que el quechua surgió en la
costa central. De manera que, por sorprendente coincidencia, el lugar donde surgió
la lengua más influyente del pasado peruano lo fue también del nacimiento de su más preclaro
investigador.
Pero lo más sorprendente de todo
es que José María Arguedas, la figura más notable de la cultura andina, dejara, literalmente, en manos del lingüista huachano sus últimas
palabras. Pasados los años en un simposio internacional en México, Alfredo
Torero evocó aquella trágica despedida.
“Después de un día de
conversación ininterrumpida, desde las ocho de la mañana de ese 28 de noviembre
de 1969, acababa de dejar a Arguedas en nuestro despacho común del departamento
de Ciencias Humanas de la Universidad Agraria, hacia las cinco y media de la
tarde. Los sobres que, al despedirnos, me había encomendado, pesaban
enormemente en mis bolsillos, aunque no eran sino dos o tres –solo uno de ellos
algo grueso, más todos de formato postal normal”.
(Cartas de despedida) |
“Conocía desde años atrás las obras de José María y lo admiraba como escritor –su novela Los ríos profundos fue conmigo a París, y con frecuencia volvía a leer sus páginas-; pero nuestra amistad personal se inició a mediados de 1965, siendo director del Instituto Nacional de Historia, y continuó en la Universidad Agraria, a la que ambos habíamos ingresado como profesores de la Facultad de Ciencias Sociales”.
“Latauzaco es el nombre de un
cerro situado en algún punto de las vertientes oceanopacificas del Perú
central, en camino de la costeña ciudad de Lima al pueblo serrano de
Huarochirí; allí se daban (¿se dan?) cita, de tiempo en tiempo, desde época
inmemorial, los zorros mágicos que se menciona en uno de los textos en quechua
de Huarochirí. De los zorros, el uno llega a la cita bajando de la sierra, y el
otro, subiendo de la costa”.
“Creo que la fuerte
compenetración que José María y yo alcanzamos
pudo darse porque él era un
‘zorro de arriba’ que había sabido bajar al litoral, y yo ‘un zorro de abajo’
que había sabido subir al Ande”.
“Rumbo al centro de Lima, en los más o menos sesenta
minutos que se requería durante las horas de congestión vehicular para hacer el
trayecto de La Molina a la librería ‘El Sótano’ -donde debería encontrar a los
destinatarios de los sobres: a Sybila, secretaria, y Francisco Moncloa, el
propietario- fui examinando la situación y recordando los temas principales de
mi extensa charla con Arguedas. Se me hacía claro que, al dejar la última nota
sobre el parabrisas del coche, la intención de José María había sido la de
asegurarse que yo partiese, en cuanto lo hubiese verificado, apenas perdiese mi
carro de vista, haría su tentativa de suicidio; ya lo habría hecho, entonces”.
(Arguedas y Sybila) |
“El escritor se había dado un
balazo en la sien, y se hallaba internado en el Hospital del Empleado –descerebrado,
clínicamente muerto, pero con el corazón latiendo. No lo pude ver, pero estuve
varias veces junto a un pequeño cuarto donde lo habían instalado con un aparato
amplificador de sonido; por cuatro días, hasta el dos de diciembre, se pudo
escuchar el latido rítmico de su corazón. Habría tenido corazón para siglos”.
http://albumdepalabras.blogspot.com/2013/11/jma-en-el-recuerdo.html
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