jueves, 28 de noviembre de 2013

UN DISPARO EN LA TARDE


Un aciago, 28.11.1969, José María Arguedas Altamirano disparó una pistola contra si mismo. Un par de jóvenes fueron los últimos en verlo. Y este es su recuerdo (reseñado por Gabriel Arriarán).

"Esa tarde Andrés Solari y Julio Ernesto Cárdenas, antiguos alumnos de la Universidad Nacional Agraria 'La Molina', redactaban un comunicado de protesta, posiblemente contra la Ley Gorila, la intervención de las universidades decretada por el general Juan Velasco Alvarado, por entonces dictador del Perú. Minutos antes José María Arguedas había entrado a telefonear al despacho donde ambos alumnos trabajaban. Cuando terminó de usar el teléfono el escritor dijo a Solari: 'Quiero hablar contigo, acércate a mi oficina'. El chico contestó que iría enseguida, ni bien se pusieran de acuerdo y terminaran de redactar el documento. Instantes después sonaron dos estruendos. Ninguno de los dos prestó atención, puesto que unos obreros trabajaban en la ampliación del local de la facultad contigua, y los fogonazos sonaron como cuando caen dos calaminas al suelo. Al poco rato, apareció un empleado de la limpieza, asustadísimo.
Había encontrado el cuerpo inmóvil de Arguedas en uno de los baños, con dos balazos en la cabeza. El escritor tenía una mano apoyada sobre su pecho, boqueaba, gemía, aún estaba vivo. Avisaron al rector, a la policía. Levantaron al herido y lo colocaron en una camioneta de la universidad. Seguramente por aquella época La Molina seguía siendo un distrito rural de Lima, sin hospitales en los alrededores, puesto que el chófer de la universidad condujo hasta el policlínico de emergencias del Hospital del Obrero, cerca al centro; Cárdenas acompañándolo en el asiento del copiloto y Solari sosteniendo la cabeza perforada del escritor entre sus manos. Llegados al hospital, telefonearon a la librería El Sótano, donde trabajaba Sybila Arredondo, su esposa. 'José María ha sufrido un accidente', dijo Solari. Luego el estudiante se perdería por las populosas calles del centro de Lima, es de suponer con las manos y la camisa ensangrentadas, preguntándose (todavía se lo pregunta) qué habría querido decirle Arguedas, la respuesta de Sybila resonándole en la cabeza: 'Ya lo sabía”.

http://albumdepalabras.blogspot.com/2012/12/la-despedida.html








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